Lo más difícil para mí durante la pandemia, lo que más me ha impactado, es la renuncia que hemos hecho a acompañar los últimos momentos de todos aquellos que han muerto. Cómo hemos renunciado a acompañar y sobre todo, enterrar y honrar dignamente los muertos.
Pero esto ha sido una decisión arbitraria. Hubiera podido ser de otro modo. Está siendo un sufrimiento por quien se queda aquí y para los sanitarios que han hecho de todo para estar allá al pie del cañón, extra, gratuito.
Pero nadie se ha manifestado por las calles, ha quemado contenedores, ni se ha peleado, ni hemos hecho campañas diciendo «nuestros muertos no se tocan». Hemos callado y acatado.
Una sociedad que renuncia al derecho de enterrar con dignidad sus muertos, me asusta. El nacimiento y la muerte son dos momentos álgicos de la persona humana: nacemos solo y morimos solo. La patria, el país, la cultura, el honor… son hechos circunstanciales y sobrevenidos. La persona es esencia universal, es individuo solo, cuando nace y cuando muere.
Me provoca la plegaria, que Dios haga más que nosotros. Tengo mis dudas que hayamos hecho más por la gente mayor con la actitud de estos días que no, honrando dignamente su muerte y sufrimiento acompañándolos.